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La casa de los pintores de Montse Gómez-Osuna

 
  • Montse Gómez-Osuna ocupa el que fuera último taller de Lucio Muñoz, en su vivienda con la también pintora Amalia Avia. Responsabilidad por mantener un legado que se traduce en iniciativas como la feria Gabinete de Resistencia, con nueva edición este fin de semana

 

Creo que es la primera vez que me enfrento a una situación similar: la posibilidad de entrevistar a un personaje «literario». Y de hacerlo, además, en un entorno que es Historia viva del arte de nuestro país. Con su personalidad, sus pequeñas anécdotas que terminan reverberando en los manuales de estudio, y su carácter bronco, pero auténtico, ahora más o menos oculto tras una reforma arquitectónica. No. No me he vuelto loco. Y creo que les debo una explicación...

A las afueras de Madrid, apuntando a la sierra norte, decidió a finales de los años ochenta construir Lucio Muñoz su estudio sobre su propia vivienda, porque su anterior taller en esas dependencias se le había quedado pequeño. Lo recuerda Rodrigo, el menor de sus cuatro hijos en «La casa de los pintores», el libro que acaba de publicar Alfaguara sobre sus recuerdos de infancia en esa casa, también propiedad de la pintora Amalia Avia, su madre.

Pueden imáginarse cómo debieron ser esos años de iniciación para alguien que los compartía con dos leyendas del arte español contemporáneo: «Si mi padre siempre apuntó a lo grande en todas las facetas de su vida –escribe Muñoz Avia–, aquel estudio era lo que le correspondía. La pared de pintar invitaba a hacer una obra que fuera grande no solo por sus dimensiones. También el suelo, que se convertiría en otra pared de pintar, invitaba a esto». Esa pintura monumental a la que se refiere el escritor es su obra póstuma, la que ahora luce imponente en el hemiciclo de la Asamblea de Madrid. Algunas fotos hoy en la pared de su nueva propietaria lo recuerdan. Las mismas paredes que esta tarde podemos tocar mientras realizamos este reportaje.

«Yo te busco un hueco aquí»

Porque, Muñoz –Lucio– contó con un equipo que le ayudó en la confección de la obra. Este lo integraban los también pintores Álvaro Negro, Alfonso Sicilia, y una jovencísima Montse Gómez-Osuna, la actual inquilina de esta estancia. De esta estancia y de la casa. Gómez-Osuna se convirtió en la «novieta» de Diego, hermano de Rodrigo, que al contarle a su padre que su chica era artista, él quiso conocerla: «¿Dónde trabajas, chiquilla?», debió preguntarle el pintor. «En una terraza pequeña en casa de mis padres», le respondió. «Así no se puede trabajar –le espetó él–. Yo te busco un hueco aquí»...

Y ese hueco comenzó siendo el antiguo taller de grabado, en desuso, de Lucio Muñoz, así como otras ubicaciones de la casa (a veces el jardín), hasta que hace cinco años, dos después del fallecimiento de Amalia, la pareja se mudó a vivir a la vivienda (un inmueble de portentosa fachada blanca, obra del arquitecto Antonio Fernández Alba). fue entonces cuando Motse Gómez-Osuna terminó ocupando la estancia en la que trabajó hasta sus últimos años su suegro: «Él era de formatos grandes, de ocuparlo todo con los materiales. Este era pues su taller soñado. Yo, con menos de la mitad ya tenía más que suficiente, pues mi manera de trabajar es otra. Recuerdo que él contaba con una mesa en el lateral, solía trabajar en varias obras a la vez, y luego utilizaba la terraza con la que cuenta este espacio como un gran almacén, abarrotado de contrachapados, de listones de madera, a los que abandonaba para que se curtieran, para que cogieran el color o la textura que el precisaba».

Un espacio de libertad, escenario de un libro, el de Rodrigo Muñoz Avia, en el que su autor novela sus andanzas en el mismo, y, por su vinculación con la artista, en el que la convierte automáticamente en uno de sus personajes

Cuando Gómez-Osuna llegó a esta hoy habitación diáfana de unos 80 metros cuadrados, de altos ventanales, lo primero que hizo fue intentar conquistar el espacio. Para ello, comenzó a meter bártulos, a invadirlo: «Me daba terror saber que iba a trabajar ahí. Era una gran responsabilidad, y doble, por su historia y por mi parentesco con él. Pero no se le podía decir que no una oportunidad tan buena. Yo llegué a este lugar vacío, tras una importante reforma, porque durante años después de su fallecimiento se usó como almacén de sus obras. Cuando nos decidimos a mudarnos aquí, todo eso se trasladó a un lugar más apropiado. Esa reforma le lavó la cara. Y yo intenté hacerme a sus medidas colocando una estantería que partiera la estancia por la mitad. Lo veía todo tan grande que tenía la sensación de que me perdía. Lo acoté para no sentirme intimidada».

Con los años, Gómez-Osuna ha ido echando para atrás esa estantería, introduciendo mesas de trabajo que le permiten realizar distintas labores en cada una de ellas. «Es una maravilla tener tanto espacio, porque permite incluso hasta ser desordenada», bromea. Dado que toda su vida profesional se ha visto vinculada a esta vivienda (ella se licenció en Bellas Artes en 1989 y celebró su primera individual en 1991), se ha ido acostumbrando a dos cosas: de un lado, a trabajar en el mismo lugar en el que vive («para mí es comodísimo. No pierdo el tiempo en desplazamientos. Y he conseguido que esto tampoco me distraiga porque me impuse unos horarios que además cumplo a rajatabla»); la segunda, a no compartir estudio: «No lo he hecho nunca porque llegué aquí joven y aquí me instalé. Creo que es algo que me costaría muchísimo. Eso también tiene desventajas: esto está retirado y nadie viene a verme. Y a veces echo de menos segundas opiniones sobre lo que hago».

El golpe definitivo

 

Quizás esa necesidad de «calor humano», de compañerismo, unido a las grandes posibilidades que da un espacio con tantas resonancias, fure lo que llevó a Gómez-Osuna hace no mucho a utilizar su propio estudio como plataforma para convocar a otros artistas. La prueba piloto fue una pequeña exposición colectiva junto a otras compañeras de profesión. Pero el golpe definitivo tuvo lugar el pasado mes de octubre, coincidiendo con la feria Estampa, cuando allí se celebró la primera edición de Gabinete de Resistencia, una especie de feria autogestionada (y sugestionada) por los propios artistas, que este fin de semana cumplirá su segunda edición.

«Me daba terror saber que iba a trabajar aquí. Era una gran responsabilidad, y doble, por la historia del lugar y por mi parentesco con ésu anterior propietario»

« Gabinete de Resistencia es una idea que surge junto a artistas como Patricia Mateo, José Luis López de Moral y David Heras, este último a su vez, junto a Sara Zambrana, responsable de Feria de Arte en mi Casa. Se nos ocurrió entonces utilizar este espacio, mi taller, para hacer una gran exposición con otros artistas y darles así visibilidad. Porque creemos que son muchos los que son buenos, pero se encuentran, o nos encontramos, en una situación complicada, la mayor parte sin galería, o los que la tienen reconociéndote que no pueden vivir de esto. Es mucha la competencia y creemos que esta es una forma de echarnos una mano los unos a los otros».

En su primera edición, Gabinete contó con la participación de hasta 44 artistas, seleccionados por sus organizadores, buscando «pluralidad en las propuestas, calidad en los trabajos más que ilustrar corrientes o tendencias». «Vino mucho público, dio lugar a muchos reencuentros de gente que hacía años que no nos veíamos; y de los más variados ámbitos: galeristas, comisarios, críticos, amantes del arte y curiosos. Yo me lo pasé muy bien. Y lo más importante es que pude entrar en contacto con mucha gente de la que admiraba su trabajo pero que no conocía personalmente. Por eso repetimos».

El estudio de Gómez-Osuna se encuentra desordenado («yo lo soy, desordenada, pero no permito tampoco que esto se convierta en un caos»), en buena medida porque acaba de comenzar el montaje de esta versión primaveral de Gabinete. Entre el 6 y el 7 de abril se apostará por menos nombres (34 artistas), pero a los que se da la oportunidad de mostrar un trabajo de gran escala, o varios, para que el espectador se haga una mejor idea de sus intereses. Por las mesas y apoyados en las paredes, esperan para ser colgadas las aportaciones de Miss Beige, Óscar Seco, Estefanía Martín Sáenz, Illán Arguello o Roberto González Fernández, entre otros muchos: «El de Roberto es uno de esos casos que te comentaba antes. Era alguien a quien no conocía hasta que el otro día trajo sus obras para Gabinete. Y me encantó. Eso me sirvió para preguntarle que por qué retrataba a tan pocas mujeres. “Sois muy coquetas”, me dijo. “Pues a mí puedes retratarme cuando quieras! ¡No soy nada mirada para eso!”. ¿Ves? Ahí surgió algo».

La envidia de cualquier artista

 

Montse es modesta, y habla sin vehemencia de este maravilloso espacio. Es Patricia Mateo, otra de las organizadoras de Gabinete, que esta tarde coincide con nosotros en el estudio, la que nos invita a reparar en la zona de almacenaje de la estancia, al fondo de la sala. «Sin duda, esos peines en los que descansan las obras son la envidia de cualquier artista. yo mataría por ellos», me susurra a la oreja. Sin duda, llaman la atención. Como también lo hace, en medio de la estancia, una estufa que imita a las antiguas, justo al lado de un diván (en realidad una obra de Sofía Jack, resultado de un intercambio), el lavamanos o esa terraza... ¡La terraza-almacén-laboratorio-estudio de Lucio Muñoz!

¿Influye en lo que una hace un lugar tan maravilloso como este, con su escalera volada para subir hasta él; con los frutales que flanquean abajo su entrada; sobre lo que fueron los antiguos estudios de Muñoz y de Avia, ahora trasteros y almacenes de obra de la vivienda? «No sabría responder. Pero seguro que influye la luz. Influye el espacio». No influye sus sonidos, porque Gómez-Osuna es maniática con ellos y se suele encerrar allí a cal y canto. De hecho, le tiene declarada la guerra a los jardineros y sus aspiradores de hojas. «Aquí no sube nadie, por lo que el contexto familiar tampoco influye. Me costó hacer entender a mis hijos que el mío era un trabajo como el de otro cualquiera, por lo que había que llamar a la puerta para entrar. Aquí puedo hacer lo que quiera. Mi libertad es absoluta».

Entre el 6 y el 7 de abril, la segunda edición de Gabinete de Resistencia apostará aquí por menos nombres (34 artistas), pero a los que se da la oportunidad de mostrar más trabajos

 

Un espacio de libertad, escenario de un libro, el de Rodrigo Muñoz Avia, en el que su autor novela sus andanzas en el mismo, y, por su vinculación con la artista, en el que la convierte automáticamente en uno de sus personajes. Basta ojearlo de forma aleatoria para encontrar a Gómez-Osuna en más de una foto; para descubrir cómo fue testigo privilegiado de la elaboración y montaje de ese mural ya de todos los madrileños que la pintora volvió a visitar hace unas semanas, después de más de una década sin verlo («fue muy emocionante»).

La plástica de Gómez-Osuna va por otros derroteros. Bebe mucho de la intuición y aunque parte de ideas preconcebidas o referentes reales, está muy atenta a lo que el trazo o la mano van pidiendo en su ejecución: «Procediendo así, son muchos los hallazgos a los que se llega. Se podría decir que el paisaje es recurrente en lo que hago, pero parto más de sensaciones o ideas que de reflejos fieles de la realidad. Me gusta combinar elementos que poco o nada tienen que ver con el fondo. Es mi manera de hacer que el espectador se mantenga activo. Una fórmula surrealizante que te obliga a plantearte lo que te muestro». Todo esto puede comprobarse en las obras que la artista mostrará en Gabiniete. O en las que en junio le llevarán a participar en Valladolid en una muestra colectiva.

En esta ocasión, sobra la última pregunta: «¿Es este el estudio definitivo?».

–Por descontado. De aquí no me mueve nadie. ¿A dónde mejor podría ir. Si me muevo, será temporalmente, porque consigo alguna beca.

Nada más que añadir.

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