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Montserrat Gómez Osuna, Obras recientes

"Cafebrería ad Hoc", Pozuelo de Alarcón (Madrid)​​

 

Luis Francisco Pérez

 

Siempre que contemplo las pinturas y dibujos de Montse Gómez Osuna recuerdo la bella definición de Borges que, en “La muralla y los libros”, manifiesta con respecto al misterio de toda creación artística: “La inminencia de una revelación que no se produce es, tal vez, el hecho estético”, y cuanto más contemplas estas obras –es decir: cuando el espectador refuerza esa visión con una dilatada experiencia de tiempo suspendido- más se refuerza esa rara cualidad, y siempre que intelectualmente nos encontremos cómodos con la idea recién expuesta del gran escritor argentino, de que toda obra de arte es, paradójicamente, “una revelación que no se produce”, pero a su vez esta “disfunción” (y no lo es en absoluto, bien al contrario) es lo que provoca la aparición de ese hecho estético transformado en creación artística. Es muy probable que Borges debido a su ceguera no conociera, quizá sí por terceros, el famoso dictum de Adorno que leemos en su “Teoría Estética”: “El arte es una promesa de felicidad pero promesa quebrada”, pero lo cierto es que se aproxima mucho a la “revelación que no se produce”. Y es aquí precisamente donde se encuentra uno de los principales argumentos –más intelectual que físico o conceptual- que mejor definen (y defienden) la pintura de Montse Gómez Osuna: el sofisticado ejercicio –como un complejo dispositivo de acción retardada- de una abstracción que toda ella es “la inminencia de una revelación”. Y en este punto tengo que hacer una referencia, pues estoy plenamente de acuerdo, al inteligente comentario que hace muy poco escribió Jesús Gironés comentado la obra de esta artista: “Tiene su obra una cualidad no muy común en nuestra pintura. De alguna manera no exige atención al espectador. Le espera. Una seducción que invita a ver en esos espacios, terrestres, marinos, siderales”. En efecto, esa “espera” es también la espera de una revelación, y que únicamente llegará si el espectador tiene la necesaria paciencia en la contemplación de una obra de compleja y muy productiva recepción visual.

Las pinturas y papeles que, rodeados de estanterías de excelente literatura y ensayo, podemos ver estos días y hasta el 15 de Noviembre en “Cafebrería ad Hoc” de la cercana localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón, reflejan lo que hasta ahora hemos comentado pero, naturalmente, hay otras cualidades y características que enriquecen sobremanera esta obra vista en su actual espacio de exhibición. Pongamos como ejemplo uno de estos rasgos o cualidades. Es innegable que estamos ante una obra que es profundamente “abstracta” en sus planteamientos discursivos, pero no menos cierto sería que a su autora le interesa “marcar” una posible diferencia entre abstracción y figuración (incluso como refinado juego creativo pero también conceptual), contemplada esta oposición como una nueva estrategia defensiva de sus principales rasgos de reconocimiento, diferencia que no vendría determinada (o no siempre) por los dogmas estéticos inherentes y participativos en el discurrir poético y presencial de sus respectivos universos, pero sí por la relación y el compromiso que ambos territorios de diverso significado interpretativo mantienen con el Tiempo en tanto que “hacedor” (otro, invisible y paralelo al hacer del propio artista) de la construcción formal de la obra. Por descontado, ambas realidades (pues de “realidades” se trata) son “poéticas”, y lo son a la manera que Barthes entendía el concepto de “poesía en arte”: la búsqueda del sentido inalienable de las cosas. De ahí, la condición “escultórica” que poseen estas obras por su singular unión de orgánica geometría y planos de color (seco, contenido, rebajado...) como volúmenes de inspiración escultórica.

La obra de Montse Gómez Osuna yo la definiría, ciertamente, como un “hecho pictórico”. Son trabajos rotundos y nada complacientes (exigen una mirada paciente y educada), y también “artefactos pictóricos” que posibilitan una visualidad desplazada de su eje, una mirada capaz de fundir en un mismo plano o imagen pictórica, diferentes, cuando no opuestos entre sí, estadios culturales y artísticos, pero sobre todo, especialmente, el establecimiento, quién nos lo iba a decir, de “campos sentimentales”, o territorios de significación excitable. Un argumento, y para que quede claro, es crear “artefactos pictóricos” y otro, muy diferente, es rechazar la capacidad de seducción de ese mismo “hecho”, que no solamente no lo rechaza sino que lo potencia como lo haría el más encantador y libertino, y no menos inteligente, profesional y experimentado de los/las mejores amantes. La pintura de nuestra artista ha sido desde siempre la demostración de esa capacidad inteligente y reflexiva de amar y seducir - un bien escaso siempre, convengamos en ello, aunque nunca hubo tantos y tantas que tuvieran tan orgullosa confianza en su capacidad de seducción. Pues una cosa es "amar", lo que con buen hacer artístico realiza Montse por medio de su pintura, y otra, bien diferente, es superficialmente “seducir” de la manera más fácil, banal y vulgar.

La obra de esta artista posee la nada usual mezcla de fuerza (o potencia) y levedad, pues como delicadamente escribió Paul Valèry: “Es necesario ser leve, pero no como la pluma, sí como el vuelo del pájaro en el espacio”.

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